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La urgente reivindicación de la verdad en la era tecnológica

Foto: Pixabay

JORGE TORRES

El concepto de verdad no ha muerto, pero está bajo ataque. Desde la trinchera de la teoría se ha vulnerado su valor y desde los discursos de la política se ha tergiversado su significado. El resultado es una conversación pública inmersa en la manipulación que ha producido un concepto que tiene sus raíces en el siglo pasado: la posverdad.

La mentira tiene ahora un cómplice poderoso, y el populismo político una coartada para engañar a las personas mediante un modelo de retórica embustera. Pero, ¿cuál es el origen de la posverdad y qué alternativas tenemos para enfrentar esta anomalía teórica y política de la era moderna? ¿Puede la tecnología convertirse en el instrumento adecuado para neutralizarla luego de haber sido el recurso utilizado para promoverla?

Las respuestas nos remiten a las construcciones conceptuales de la teoría posmoderna, el movimiento filosófico más influyente de mediados del siglo pasado, que derivaron en un ambiguo modelo de significación de la realidad que cimbraron los cimientos de la verdad, y a la era tecnológica que aceleró su degradación frente al surgimiento de lo que hoy conocemos como posverdad.

La posmodernidad, el precedente ideológico de la posverdad, fue moldeada por pensadores que mediante el método de la interpretación, erigieron un peligroso antecedente que otorgó garantía filosófica a la licenciosa explicación de la realidad.

Las teorías que plantean que el lenguaje construye nuestra realidad y que importan más las interpretaciones que los hechos, fueron poderosas premisas que cuestionaron la forma como percibíamos y definíamos el mundo, y le permitieron a la mente humana construir con total libertad las proposiciones que facilitaran tener siempre la razón.

En este contexto de cuestionamientos sobre la verdad y la realidad y de un acreditado uso de la libre interpretación, surgió la noción que arraigó en nuestras prácticas cotidianas de comunicación, una engañosa salida para justificar prácticamente lo que sea. Esta tergiversación de lo real tomó por asalto la conversación pública y le facilitó a los populistas la mentira política mediante la paradoja de nuestro tiempo, la verdad alternativa, una especie de reinvención a capricho de los significados de la realidad.

Para el filósofo italiano Maurizio Ferraris, la posverdad es el síntoma de una revolución social y antropológica, moldeada por la evolución de la tecnología que ha habilitado a millones de individuos para expresar sus opiniones en las redes sociales convencidos de tener la razón.

Sin ataduras doctrinales ni ideológicas, la web ha liberado la opinión masiva de la individualidad en un afán de autoafirmación y búsqueda de reconocimiento, un fenómeno que tiene visos de anarquismo y que nos muestra el rostro de una ontología social contemporánea.

Es precisamente en este ecosistema digital en donde la posverdad muestra sus garras en un intento colonizador y privatizador de la verdad. La revolución tecnológica trajo consigo la atomización del tejido social que se ha disgregado a través de redes, compuestas por grupos de individuos que basan la comunicación en creencias que los identifica. Este es el poderoso núcleo del que se vale la verdad alternativa, la base de una conducta social que reniega de la realidad objetiva.

¿Cuál es entonces el antídoto contra la posverdad? ¿Podremos contrarrestarla o tendremos que aprender a convivir con sus efectos? La respuesta es simbiótica y deja ver lo elemental y lo complejo que entrañan sus implicaciones.

La mentira se combate con la verdad. No hay secretos teóricos en esta disputa. Comprender lo que significa, estar conscientes de su valor y tomar partido para reivindicarla, son las herramientas de la conciencia crítica para objetar las verdades alternativas.

Pero la complejidad radica en las nuevas interacciones de la sociedad mediatizada, vinculadas al circuito de las redes sociales conectadas a nuestras mentes. Maurizio Ferraris tiene una respuesta a este fenómeno psicomediático en el reconocimiento de que “la verdad no es solamente una posesión interior”, sino que también representa “un testimonio que se hace en público, que posee un valor social y que es, sobre todo, algo que conlleva un esfuerzo, una actividad y una capacidad técnica”.

“La verdad es algo que sabemos y que se dice a propósito de algo que hay”. Esta sintetizada versión del significado de lo verdadero que nos regala Ferraris, puede ser una base sólida para detectar los intentos de manipulación de los que se vale la posverdad.

Un ingrediente adicional a esta proposición es la verificación: Verificar que lo que se dice a propósito de algo que hay, tenga una base sólida en lo que sabemos. Esta fórmula implica que lo que sabemos, se corresponde con el contenido archivado en eso que definimos como conocimiento.

En síntesis, la verdad es a partir de un acontecimiento público en el que se deben comprometer las personas, no la recepción pasiva del entendimiento. Es a partir de una actividad que se esfuerza, mediante la capacidad que nos proporciona la tecnología, en reconocer lo real y dejar un testimonio público de ese reconocimiento.

El antídoto contra la posverdad es la urgente reivindicación de la verdad, convertida en un objeto social que se puede enunciar desde un teléfono celular y pone a prueba la engañosa relatividad de las verdades alternativas.