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Lo personal es político

Foto: Especial

Israel Covarrubias

El video que fue subido ayer en las redes sociales donde vemos a Juan Pablo Sánchez Gálvez, hijo de la candidata Xóchitl Gálvez, en completo estado de ebriedad, intentando entrar a un antro en la colonia Polanco de la Ciudad de México, y que al negarle el acceso, empieza a proferir una serie de vituperios a los empleados del lugar, fue suficiente para que se volviera tendencia en X, incluso logró desbancar en algún momento del día la tendencia del hashtag #NarcopresidenteAMLO y #NarcoCandidataClaudia, que ya tienen varias semanas en los primeros lugares de las tendencias de X en México. Pero más relevante es el hecho de que al volverse tendencia por un puñado de horas, obligó a que el personaje en cuestión renunciara al cargo de líder de las redes de jóvenes de la campaña presidencia de su mamá. El video logró su efecto performativo.

Lo que me llama la atención del caso de Juan Pablo, y que aquí no pretendo hacer un análisis de redes sociales, es que el día de ayer vimos dos tendencias en X, la de Juan Pablo, y la de la influencers poblana Vielka Pulido, que fue ejecutada junto a su novio en la capital del estado de Puebla. Este segundo personaje “saltó” a la efímera fama de las redes, luego de que circuló un video donde discute con otra chica a la que exige que se arrodille si quiere que la perdone (los hechos que llevaron a la escena no son necesarios), en caso contrario llamará a su familia y se las verá con ella. Por este hecho fue bautizada en redes con el hashtag de “ladyhumilladora”.

Si ensayamos una suerte de hermenéutica salvaje, ambos casos están emparentados. Primero, y es lo que salta a la vista, es el problema de los llamados juniors, que no era un dolor de cabeza tan intenso en el país hasta hace poco tiempo. Era un dolor, en efecto, pero tratado como parte de la asimetría “natural” entre privilegiados y no privilegiados que, en un país como México, parecía ser letra sagrada. Es decir, era un problema más de la gestión social del poder que abreva de la posición social en la que está colocado el déspota, que escupía y escupe sus privilegios a la menor provocación. Al respecto, tenemos varios libros, quizá uno de los más visibles en los últimos años es el que escribió Ricardo Raphael bajo el título de Mirreynato: la otra desigualdad. Incluso, el propio presidente López Obrador, sobre todo en la primera parte de su sexenio y hoy menos, insistía mucho en llamar pirruris a este tipo de déspota sin recursos intelectuales, pero sí con palancas poderosas y protecciones, que en ocasiones alcanzaban el más alto nivel del vértice político y empresarial.

Quizá las redes sociales no son tan malas, sobre todo cuando se ofrecen al público como un altavoz de los que no tienen voz, ya que es a través de ellas que la prepotencia de los que se sienten o son privilegiados en un país de ciegos y tuertos devine un problema público. En suma, pudieron pasar por ejemplos vergonzosos, pero “no tan graves” (en el caso de Vielka, lo que hizo con la amiga, no su ejecución que es escandalosa), que podrían caer dentro del tipo ideal de lo que llamaré el mal gusto del privilegio, o en otras palabras, la cara prosaica de la ventaja (¿inmerecida?).

Pero esto no quiere decir que el problema ya es controlable o está en vías de extinción. Al contrario, sigue su curso, pero ahora son objeto de escarnio de la masa anónima, a pesar de que tengan nombre y apellido, que nutre día con día las redes, y también de la masa fantasmal de los bots. De hecho, las redes inauguraron el fenómeno, que podría ser una delicia para el análisis sociológico, de las #lady y #lord, agregando el adjetivo que mejor retrate su actuar.

Segundo, tenemos el problema del clasismo entre un joven blanco privilegiado, pasado de copas, y los empleados, de piel marrón, que le niegan el acceso. Este rasgo del affaire es lo que se remarcó en redes sociales a lo largo del día de ayer. Juan Pablo, siendo hijo de la candidata presidencial y trabajando directamente en la campaña de Xóchitl, es un personaje público, por lo que el asunto corrió como dinamita a la campaña de su mamá, y mete de nueva cuenta en el centro del proceso electoral el problema del clasismo, pero también del racismo y la homofobia. Sin duda, podría pensarse que nada tiene que ver con Xóchitl, ni con la democracia, ni con el proceso electoral, ni con nada, pues es un episodio que sucedió hace un año, casi una anécdota de un “borracho mala copa” que luego pidió disculpas y listo, fin de la historia. Pero es, en el mejor de los casos, uno de los síntomas más preponderantes del deporte nacional: arreglar todo por medio del uso sistemático del pasaje al acto y no de la política de la palabra.

De cualquier modo, el episodio sí entra al proceso electoral y, por extensión, al proceso democrático, ya que la discriminación, la prepotencia y las desventajas inmerecidas son registros políticos que flotan en el ambiente público-político actual. Por ello, produce una singularidad que, por el hecho de singularizarse, se vuelve objeto de discusión y polémica pública.

Tercero, ¿cuál es su singularidad? El problema de que lo personal es político. No importa que sea un video de hace un año o de hace diez años. Xóchitl, Claudia Sheinbaum y el presidente López Obrador no pueden escindir lo personal de lo político. Por ejemplo, al presidente de la república lo persigue a todos lados una enorme nube negativa cargada de una dudosa reputación de algunos de sus hijos. A Claudia, la presencia espectral de su ex marido, Carlos Ímaz, etcétera.

Lo personal es político porque en política el pasado es presente. Además, el uso de la política negativa, las noticias falsas, los bots, las tendencias artificiales en redes sociales, las mentiras, las alteraciones fotográficas de un político que “supuestamente” estaba reunido con algunos capos de la droga, son moneda corriente de las estrategias de guerra sucia en el actual proceso electoral. Nadie está libre de culpa. Lo que hay que subrayar es que esto no es nuevo. Por ejemplo, estas estrategias eran frecuentes en la llamada propaganda negra de los fascistas en Italia.

El pasado siempre nos persigue. Si Xóchitl o Claudia hicieron un “negocito” hace diez años, aprovechando sus palancas partidistas o de otro tipo, y si hay huellas de que eso tuvo lugar (un video, una grabación, un documento, etcétera), sin duda golpeará la reputación del personaje, ya que lo personal que es politizado puede ser una variante para nada marginal de la política negativa. El juicio que este estado de cosas produce sobre la reputación, tal vez no tiene que ver con lo que el candidato o la candidata están proponiendo en su programa electoral, aquí y ahora. Pero impacta porque en una época como la nuestra, caracterizada por el rumor y el escándalo, los sistemas de creencias que se desarrollan dentro de la sociedad mexicana se orientan a partir de estados de ánimo simples y reacciones inmediatas que por su parte se nutren del ruido político, hoy colocado como la nueva fuente de legitimación: “mira, aquella candidata es corrupta, porque hace años hizo el negocito que ya se sabía… Pero la otra es peor, porque también hizo negocios privados a partir del abuso del poder”.

Lo que queda es preguntarnos si la política negativa está transformándose en un fenómeno de negación de la política. El crecimiento del ruido político puede llevarnos a la cancelación de la política, y que ésta termine sustituida por una lógica reactiva de todas las partes involucradas en el proceso electoral, donde no quedaría ningún trapo sucio bajo el tapete. Si los principales partidos políticos, las candidatas y sus estrategas, están pensando apostarle a esa negación, entonces tendremos que empezar a llamar a la democracia una pornocracia a la mexicana.