La cuarta contienda de López Obrador
Foto: @lopezobrador
El presidente atrajo los reflectores por encima de cualquier candidatura. No solo dividió la conciencia nacional, sino que sostuvo en alto grado sus conflictos con la oposición, la prensa extranjera y local y hasta con la DEA. Todo con el 2 de junio en la cabeza.
Ignacio Alvarado Álvarez
El proceso electoral ha entrado en su etapa concluyente de la misma manera en que comenzó: con el presidente Andrés Manuel López Obrador al centro de todo. Desde la designación de Claudia Sheinbaum como candidata de la continuidad, hasta la manera en la que incidió en la postulación de Xóchitl Gálvez, la idea de un mandatario omnipresente abraza a los analistas políticos. Bajo esa lógica, los triunfos o derrotas que acumule la coalición encabezada por Morena el próximo 2 de junio, reposan sobre sus hombros. “Estas, sin duda, pueden calificarse como unas elecciones de Estado, explayadas en tal forma como no se veía desde los años gloriosos del PRI”, dice el profesor de la Universidad Autónoma de México (UAM-Iztapalapa) Telésforo Nava Váquez, especialista en elecciones y participación ciudadana. “Desde Palacio Nacional se puso en marcha y se ha dirigido la contienda, no solo la presidencial, sino la de la Ciudad de México, en donde ha impuesto a una candidata [Clara Brugada] que muy probablemente puede contarle su más grande fracaso”.
López Obrador no se ha podido sacudir la condición del presidente que trajo de nueva cuenta el dedazo a la etapa sucesoria de este siglo. Pero tanto sus críticos como sus seguidores le atribuyen capacidades extraordinarias dentro de la política. Fue capaz, por ejemplo, de evitar la debacle de un movimiento en plena etapa evolutiva, como es Morena, tras la designación de Sheinbaum como candidata y coordinadora suprema del partido. Y ha sabido maniobrar para evadir con habilidad los temas candentes de su gobierno: la inseguridad y la corrupción. Desde la trinchera de sus conferencias matutinas, el presidente aplica la máxima del ataque como defensa insuperable. Si se trata de operaciones ilegales presuntamente cometidas por miembros de su gabinete o familiares directos, fustiga y exhibe sin tregua a sus adversarios, y lo mismo ha hecho con los dardos enviados por la Agencia Antidrogas de los Estados Unidos (DEA), cuya filtración de investigaciones efectuadas desde 2006 para confirmar si financió parte de sus campañas con dinero de los “cárteles”, mantuvo en tendencia el #NarcoPresidente por más de siete semanas.
“Esto sin duda forma parte de la campaña electoral, pero es un tema finalmente relevante no solo por el nivel mediático que alcanzó, sino porque es un tema de preocupación de la sociedad a nivel nacional”, dice el politólogo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) Héctor Zamitis Gamboa. Pero igual que ha sucedido con los escándalos de corrupción, López Obrador no solo ha caído de pie tras los revuelos, sino que mantiene inalterable su nivel de popularidad y aceptación entre la mayoría de los mexicanos. Los enfrentamientos con los medios, sean con The New York Times o The Washington Post, o las nacionales Televisa o Tv Azteca, los ha ganado a ojo de sus seguidores, en parte gracias a la manera en la que acostumbró a la sociedad a su muy particular forma de percibir la política y el lenguaje mismo de la comunicación. Hacer lo que ha hecho a través de los años como primer mandatario, ha roto por igual los límites de lo legalmente permitido. Y hasta en ello ha mostrado colmillo.
“López Obrador ha evadido de manera muy hábil los lineamientos establecidos en la Constitución, en la ley”, señala Zamitis, quien piensa que el presidente debiera ser sujeto a sanciones, más allá de censurar algunas de sus conferencias como ha ordenado el INE. Pero lejos de sujetarse a lineamientos jurídicos, “el presidente ha establecido sistemáticamente su participación, velada o no, de manera muy clara: el 5 de febrero impulsó 20 posibles iniciativas de ley, algunas de las cuales llegaron a la cámara; sacó su libro, ha intervenido y ha pronunciado cuestiones sensibles. Por ejemplo, la de ayer [jueves 23] es una de las más relevantes, en términos de decirle a la gente: ‘Ojo, tengan cuidado quién es la oposición y qué es lo que plantea’. Está en todo”.
Polariza y vencerás
Un día sí y otro también, López Obrador atiza el fuego de la confrontación. Lo mismo acusa a intelectuales que periodistas, empresarios y activistas, madres buscadoras, padres de los 43 de Ayotzinapa y hasta urbes enteras, como la Ciudad de México, a la que acusó de haberse transformado en conservadora y fifí. No ha dejado títere con cabeza, antes y durante las campañas electorales. Telésforo Nava, el profesor investigador de la UAM, ha sido militante de la izquierda política desde sus años estudiantiles, en la década de 1970. Como tal acompañó las campañas de Cuauhtémoc Cárdenas e intervino en algunas reuniones partidistas encabezadas por López Obrador, tanto en su condición de dirigente nacional del PRD como de jefe de gobierno. Le queda claro, entonces, que la polarización es el arma principal del presidente, esté o no en contienda.
“Es una forma de funcionar de él”, dice Nava. “Voy a contar una anécdota: una vez estábamos en una reunión con gente cercana a Cuauhtémoc Cárdenas. No sé en qué campaña andaba Andrés Manuel, si era la del 2012 o la de 2006. El caso es que se estaba comentando la forma tan ofensiva que tiene para actuar, y un compañero académico dijo: ‘Yo veo a Andrés Manuel como un fajador de barrio bajo que sale a tirar guamazos a como dé lugar y a echarlos hacia atrás, amedrentando’. Siempre que lo he visto me acuerdo de este compañero. Lo hace a diario, y más durante el proceso electoral. A sus adversarios los acusa de neoliberales, de ser de la derecha conservadora, de corruptos. Y es con ese fin de mantenerlos a raya. Entonces es muy consciente de lo que hace y dice; la polarización forma parte de su estrategia para someter a los reales o posibles opositores, como el sector empresarial. El sector empresarial le teme”.
El presidente es el sujeto a denostar no solo por los partidos políticos de oposición, sino por el gran segmento de la población que abiertamente rechaza su gestión, y desde luego lo es también para los empresarios que activamente respaldan la candidatura de Xóchitl Gálvez. Morena no nada más tiene en Claudia Sheinbaum a su principal figura en contienda, sino a miles que buscan desde una regiduría hasta alcaldías, gubernaturas y espacios en los congresos estatales y el federal. López Obrador, sin embargo, les roba reflectores, y a juzgar por las mediciones parece que la estrategia del bravucón le resulta positiva.
“Por momentos la realidad hace pensar, sobre todo viendo los porcentajes de ciertas encuestas, que el ciclo de Morena avanza y se va a lograr”, dice Zamitis, el politólogo de la UNAM. “Si comparamos el 2021 con el 2024, podríamos tener algunos elementos de tendencias que permitieran pensar, si se repiten los mismos patrones, que eso va a alcanzarse. Aun así puedo decir que no debemos ver a nivel nacional las cuestiones en términos de polarización como se ven desde la Ciudad de México. La polarización izquierda-derecha en la ciudad es muy clara y marca tendencias, pero no es lo mismo en los estados de la República. Hay una volatilidad, hay una fragmentación partidista. Entonces
no podría decir más que: espero ver los resultados para poder comprobar si realmente se mantuvo una narrativa, una idea de polarización, o hay una fragmentación partidista que va a manifestarse particularmente en estos estados”.
Lo más probable es que la presidencia quede en manos de Sheinbaum. La incógnita, en todo caso, está en la batalla por el Congreso. La oposición, dice Zamitis, no ha dejado de apretar en su propósito por evitar que Morena alcance la mayoría calificada, e incluso la mayoría relativa. En este caso las encuestas no sirven como parámetro. Si bien en las presidenciales la diferencia entre el primero y el segundo lugar se mantiene estable desde el inicio, no ocurre lo mismo con las candidaturas a un cargo legislativo. La baja incertidumbre sobre el resultado de las elecciones entre Sheinbaum y Gálvez, deja abierto el escenario de las otras contiendas: aquellas para elegir gobernadores, alcaldes y congresistas.
La polarización como estrategia política no es, pese a todo, definitiva. En todo caso lo que genera es un voto menos razonado, pero también espacio para una tercera vía. En un contexto de dos discursos igualmente radicalizados, el debate se vuelve difícil, sobre todo porque en ambos cabe algo de verdad. Sin embargo, eso no significa que el país se haya instalado en una condición binaria, el ‘si no estás conmigo estás contra mí’ del presidente. “Una de las sorpresas que hay que esperar como saldo es ver cuánto avanza Movimiento Ciudadano”, coincide Zamitis. “Me parece que eso es una variable que nosotros hemos de tener en cuenta. Pero el debate a nivel de esas narrativas va a mantenerse y será el momento en el que veamos qué propuesta de gobierno viene. Solo señalaría, porque me parece que es importante decirlo: La responsabilidad que tiene quien triunfe, es presentar un Plan Nacional de Desarrollo que la Cámara de Diputados lo pueda discutir sin radicalismos”.
Se va, pero se queda
Un país con la conciencia dividida por obra y gracia del presidente vuelve impensable la retirada, tal y como se ha encargado de repetir hasta el cansancio el propio López Obrador. Imposible afirmarlo, pero quienes le conocen de cerca, como Telésforo Nava, o desde la distancia del análisis como Héctor Zimitis, creen que no será así.
“Recuerde cuando llegó al gobierno del DF y de inmediato empezó campaña para la presidencia. Uno de sus primeros grandes actos fue construir la Universidad de la Ciudad de México, y entonces le dijo a su gente que en tres meses debería estar funcionando. El hecho es que él empieza a desarrollar su campaña y, más adelante, cuando los periodistas le empiezan a preguntar -porque en ese momento todas las encuestas decían que iba viento en popa- si buscaría la presidencia, su respuesta fue: ‘A mí denme por muerto’. Desde luego era una falsedad, como ahora que dice que se va a ir para su rancho”, opina Nava.
La ausencia de López Obrador dejaría en todo caso dudas sobre el futuro de Morena, más que de la propia conducción del país. Aunque gobierne las dos terceras partes del territorio, no deja de ser un partido institucionalmente frágil, dice Zamitis. Las recompensas políticas concedidas a quienes buscaron ser candidatos presidenciales pudo salvar de momento el resquebrajamiento, justo por la falta de solidez verdadera, pero es imposible saber si la unidad se mantendría sin la presencia de su fundador. “López Obrador dice una cosa y no es que sea incongruente, pero dice una cosa estratégica y luego hace otra.
“Lo que llama mucho la atención, desde mi punto de vista, es la distancia que vaya a tomar su candidata si resulta triunfante. La expectación es qué tanto, realmente, aún cuando los documentos básicos de Morena son muy claros, habrá una continuidad; en qué grado se va a seguir con los programas, un segundo piso de la Cuarta Transformación. Qué tanto, asumiendo la Presidencia de la República, la candidata de Morena seguirá a pie juntillas las cosas, o qué tanto establecerá su propio ejercicio y programa de gobierno. Lo sabremos a mediano plazo, no mucho, por ahí de los primeros meses del próximo año”.