elpost

Investigación, análisis e información.

¿Democracia tumultuaria?

Foto: @Claudiashein

Israel Covarrubias

Si atendemos a los datos preliminares del conteo de votos que ofreció el INE hacia la medianoche de ayer domingo, Claudia Sheinbaum ganó la elección presidencial por una diferencia de 30 puntos frente a su opositora, Xóchitl Gálvez. La diferencia se antoja abismal, pero confirma lo que la mayoría de las encuestas indicaron a lo largo del proceso electoral: Sheinbaum siempre estuvo adelante por una diferencia de por lo menos 20 puntos. Todo lo que se quiera agregar al respecto es mera narrativa.

¿Qué fue lo que llevó a que Claudia obtuviera esta enorme diferencia? En realidad, ¿se cumplió lo que la oposición señalaba una y otra vez? Es decir, ¿la explicación es porque fueron unas elecciones de Estado? Lo que observamos hoy es que este argumento es estéril, porque la suposición de que todo se redujo a una elección de Estado es pensar que el INE en su conjunto es cómplice de lo que pasó ayer en las urnas, que el ejército de ciudadanos que participaron como funcionarios de casilla también son cómplices y corruptos, que los votantes son incapaces de expresar una preferencia, y que el país es, en realidad, un fraude, y lo mejor es dinamitarlo o escapar de él. Claro está, si se tienen los recursos materiales para intentar cualquiera de las dos opciones, pero sobre todo si es posible atisbar recursos intelectuales nuevos, porque las grandes empresas siempre exigen inteligencia e ideas. Y esto último luce por su ausencia en el régimen de la comentocracia, de las redes sociales y de los que han perdido una nueva oportunidad de ser opción para las mayorías.

Por lo demás, ¿qué puede explicar que los dos principales partidos de oposición, PAN y PRI, no lograron responder a la avanzada morenista? Estos dos partidos son importantes porque trazaron la ruta de la transición a la democracia, antes y después del año 2000. Pero son los partidos políticos que en la actualidad han entrado en un proceso crítico, sobre todo el PRI, que al paso que va, puede volverse en pocos años lo que es hoy el PRD: un fantasma disminuido y en vías de extinción.

Si atendemos a los datos del PREP, en esta elección el PRD se juega su sobrevivencia como partido político, pues en términos de votación por partido, logró alrededor de un millón de votos, muy alejado de los otros “pequeños” partidos: el PT obtuvo poco más de tres millones, el PVEM poco más de tres millones y medio de votos, MC alrededor de cinco millones. Hasta el momento, tenemos más votos anulados que votos por el PRD. La idea que empezó a diseminarse las dos semanas previas a la elección de que, si uno no quería votar por el PAN o el PRI, votará “todo PRD”, en términos de un voto de convicción, podría ser lo único que empuje a que el PRD llegue a ese deseado 3 por ciento de la votación para no desaparecer. ¿Lo logrará? Aún está por verse.

Por su parte, Movimiento Ciudadano es el partido que gana muchísimo en esta elección. Obtiene alrededor del 10 por ciento de la votación, por encima del PRD, el PVEM, el PT y el PRI, colocándose tentativamente como la tercera fuerza política del país. Lo que hay que subrayar es que Morena y MC, los dos partidos que en su forma actual no participaron directamente en la transición a la democracia, son los institutos políticos que comandan el proceso político mexicano de nuestros días.

¿Cómo podemos comprender este cambio de dirección partidista dentro del sistema político mexicano? Hay que reconocer que nos encontramos frente a un hiato en la historia política y social de México por el hecho de que Claudia Sheinbaum es la primera mujer que gobernará nuestro país. Además, es un hiato porque es un momento donde el poder femenino es lo que prácticamente se ha vuelto una palanca que saca a flote el hundimiento de la sociedad democrática, sobre todo porque puede dinamitar el machismo que es uno de los rasgos centrales de la política mexicana, aunque este último siempre se ha resistido a su desplazamiento y está lejos de morir.

Las elecciones de ayer son un gesto multitudinario donde lo heterogéneo aparece nuevamente en primer plano, desborda cualquier razón que se quiera atribuir a esa potencia infigurable de decisión. Parece que el ciudadano entiende a la democracia como una búsqueda constante que va al encuentro de una auto-realización en lo colectivo que solo es posible en su des-realización. Una fiesta política “inmotivada” donde se congregan un ejército de ciudadanos liliputienses que se colocan como el desafío principal del juego de fuerzas que escenifica la democracia, y pretende la construcción de un perfil infinito, tanto de la vida organizada como de la vida no organizada ,dentro de la posibilidad de existencia en común que hoy es el reducto último en el que se sostiene la democracia.