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Perros, gatos, toros, caballos… La inexorable crueldad animal

Foto: Especial

Moisés Catedral

El ciclo de violencia iniciado tras la supuesta Guerra contra el narco de Felipe Calderón produjo una secuencia de fenómenos sociales difíciles de asimilar. A casi 17 años de aquella imagen del entonces presidente enfundado en una casaca militar que le quedó grande, vivimos inmersos en un país más letal y más cruento.

Nadie niega ni soslaya el inicio y continuidad de un plan que terminó por empoderar a la Defensa, minar la posibilidad de crear fuerzas civiles efectivas y de condenar a los mexicanos a décadas de zozobra antes de que los indicadores de la barbarie reduzcan a lo que se tenía al iniciar el siglo. Esto no se trata de política ni de juicios contaminados de procesos electorales. Es la realidad de lo cotidiano.

Pero hablamos de fenómenos asociados a esa ola de crimen nacida a partir de diciembre de 2006, y uno de ellos, acaso el menos visible y a la vez aterrador, es el de la crueldad animal.

De entonces a hoy, los episodios de tortura y asesinatos brutales de mascotas; de abandono y tiranía, no han hecho sino crecer a puntos inimaginables. Lo dijimos hace pocas semanas, tras difundirse el video que capta el momento en el que un policía de la Ciudad de México arrojó un cachorro vivo a un cazo con aceite hirviendo.

El acto fue capaz de provocar la indignación en un país en el que la desaparición y asesinato de mujeres y hombres ha dejado de escandalizar a pesar de lo abrumador de las cifras, muy por encima de lo que registra cualquier otro país de mundo occidental. Lo del policía, sin embargo, es apenas un acto revelado de la crueldad animal que padecemos.

Si hablamos tan solo de perros y gatos, por mucho las mascotas con mayor arraigo, México cuenta con una población aproximada de 80 millones. El dato no es exacto y es cambiante, como cualquiera de los conteos del Inegi. Pero da una idea del volumen real. Basado en ello, los animalistas calculan a su vez que por lo menos una cantidad similar se encuentra en condición de calle.

El hecho de que existan millones de perros y gatos deambulando por ciudades y pueblos es producto inicial del abandono, ya sea por hastío o por economía. En cualesquiera de los dos, yace esa parte intangible que nos han dejado estos años de violencia criminal en el que la atrocidad dejó de provocarnos terror.

Alguna vez leí las declaraciones hechas a propósito, por la actriz y animalista Perla de la Rosa, ganadora del Ariel. Lo hizo en 2012, al concluir el cuarto año de violencia extraordinaria suscitada en Ciudad Juárez, justo a mitad de la presunta guerra contra el narco. Para entonces, uno de cada cinco asesinatos registrados en el país tuvieron lugar allí, y eso provocó el éxodo de unas 320 mil personas, el mayor contabilizado hasta ahora en el país.

Lo que dejó esa estampida humana fue un abandono igualmente aterrador de perros. En cuestión de meses, la ciudad quedó invadida por unos 250 mil mascotas. En ese abandono, algunos niños, adolescentes y adultos iniciaron con un ciclo de maltrato y tortura hacia ellos. Los crucificaban o desmembraban vivos; les prendían fuego o los hacían pelear hasta morir.

“Una ciudad que registra este tipo de crueldad animal, es una ciudad condenada a la desolación”, dijo Perla de la Rosa.

Estaba en lo cierto. Esa ciudad ahora cuenta a más de 300 mil mascotas deambulando por sus calles, y ese retrato se ha multiplicado por varias regiones del país, incluida Guadalajara y su zona metropolitana.

Apenas dos semanas atrás, nos despertamos con la noticia de “Eduardo, el mata perros de Tala”. En el interior de su vivienda las autoridades hallaron restos de más de medio centenar de perros. En este caso se actuó después de reiteradas denuncias de los vecinos, que diariamente escuchaban alaridos desde el interior.

El sujeto, dicen los vecinos, violaba, torturaba y asesinaba a los perros que recogía de las calles. Sobra decir que la saña era total, pero aún así, es probable que se le deje en libertad más temprano que tarde. Si bien es cierto que Jalisco cuenta con una ley que castiga con cárcel el maltrato y abandono animal, la impunidad es absoluta.

Cinco días después de saberse el caso del mata perros de Tala, activistas por los derechos de los animales marcharon por el centro de la ciudad. Protestaban, además, por la crueldad con que se trata a los caballos que tiran de las calandrias bajo temperaturas insufribles, y por los toros sacrificados en los cozos.

Si la desgracia humana no conmueve a las autoridades, los animales menos.