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Odisea espacial

MOISÉS CATEDRAL

Los pronósticos más pesimistas sobre el calentamiento global se han anticipado. El mundo, literalmente, arde. De la teoría se ha pasado a los hechos. A la vuelta del tiempo, antes de lo que imaginamos, se instalará la hambruna, los conflictos violentos surgirán de manera simultánea, y habrá oleadas inéditas de migraciones. La guerra entre Ucrania y Rusia, que en los hechos es mundial, deja poco espacio a la búsqueda de soluciones conjuntas entre las naciones. La humanidad parece condenada a lo terrible y, sin embargo, queda una esperanza tan vieja como como inspiradora: la vida en nuevos mundos. 

Parece algo tan lejano y tan próximo a la vez, que es imposible sustraerme de la tentación. Antes de proceder, pensemos en lo siguiente: Hace 60 años un viaje fuera de la órbita terrestre era tan solo material de ficción. Alcanzar la luna y posarse sobre ella, cosa de locos. Pero antes de que terminara la década, ambas hazañas tuvieron lugar. Los años siguientes Estados Unidos y la extinta Unión Soviética entraron de lleno en una guerra espacial que terminaría un cuarto de siglo más tarde. 

Mi generación es la nacida en la era de los transbordadores. O de su etapa final, mejor dicho. Las personas nacidas los años previos jamás pensaron que habría taxis espaciales, igual que nosotros estábamos lejos de imaginar paseos turísticos por el espacio. El pulso latente de esa idea dominante, la de la conquista del universo que nos rodea, así sea un punto diminuto de todo, es quizá uno de los anhelos eternos que mantienen la idea de la evolución a pesar de las opresiones. 

La creencia en todo ello revivió el lunes pasado, cuando el astronauta de origen salvadoreño Frank Rubio sostuvo una conversación por video con niñas, niños y adolescentes de Iberoamérica. Se trató de un ejercicio impensable también hasta hace muy poco tiempo. El encuentro fue posible por la alianza del Noticiero Científico y Cultural Iberoamericano (NCC), la Asociación Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA) y en México la Universidad Autónoma de Guadalajara, que aportó auditorio y recursos del Canal 44. 

Rubio, de 47 años, es el ingeniero a cargo de la Estación Espacial Internacional, un proyecto que a su vez mantienen Estados Unidos y Rusia a 400 kilómetros del conflicto armado que los confronta en tierra. Nacido en Los Ángeles, California, Rubio es hijo de padres salvadoreños. Vivió sus primeros seis años en el país de sus progenitores antes de mudarse a Colombia y finalmente retornar a su país natal, donde ingresó al ejército para desarrollar una carrera impresionante como piloto y paracaidista, con 600 horas de combate en Bosnia, Irak y Afganistán, y de ahí a especializarse en cirugía médica hasta quedar seleccionado por la NASA para hacerse cargo de un experimento fundamental si se pretende poblar Marte o cualquier otro lugar del espacio próximo: el cultivo sustentable de alimentos.

Francisco Carlos Rubio, su nombre de pila, está por convertirse en el humano con más horas en el espacio. El proyecto que encabeza estaba previsto para seis meses, pero por contratiempos técnicos prolongó su estancia. Salió de la Tierra en junio de 2022 y retornará hasta septiembre de este año… si otra cosa no sucede. El del lunes pasado, revistió por lo tanto un halo emotivo más allá de la pura transmisión, de por sí un hito de las comunicaciones. Frank recibió 391 preguntas de niñas y niños provenientes de países tan distantes como México y Portugal, España y Colombia, Argentina y, por su puesto, El Salvador. Apareció ante las cámaras portando el uniforme de rutina: pantalón caqui y camiseta polo azul marino con el logo de la NASA. Portaba sus gafas, reloj en la muñeca izquierda y el micrófono inalámbrico a través del cual escuchamos su voz. Su cuerpo flotaba en medio de la cápsula repleta de cables y conexiones imposibles de descifrar para cualquier mortal. 

Sus primeras palabras sonaron como aquellas legendarias de Neil Armstrong al pisar la luna.  “Esta es la Estación Espacial Internacional. Bienvenidos”, dijo Rubio. 

Entonces supe que el tiempo, lo dijo Einstein, es relativo. Esta odisea espacial de un latinoamericano me hizo pensar por un instante en que un futuro mejor es posible; escapar de la desgracia que nos envuelve.