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Artificios pospolíticos

Imagen: Especial

Israel Covarrubias

¿Cuáles son los artificios políticos más socorridos del actual proceso electoral mexicano? Sin duda, la liquidación de la idea de hacer política vinculada a un lenguaje común. Somos testigos del nacimiento de una política, oscilante y perversa, que primero se colocó como anti-sistema a través de la retórica populista, pero que pronto encontró un mejor perfil en la pospolítica, basada en la lógica del rechazo a cualquier idea de lazo político impersonal e indeterminado.

Me parece que este gesto no supone el ocaso de la política, más bien confirma la invención de una política que satura el espacio público con imágenes y sonidos inconexos para no decir nada. Promueve la imagen y la estetización monstruosa, como Sandra Cuevas o Lilly Téllez, y no la ruptura de la máscara del engaño. Con mucha confianza caminan sobre el estiércol que producen y diseminan a su paso, convencidos o convencidas que no dejan un olor putrefacto, como pasa con las dinastías políticas de las que nadie habla porque estamos más ocupados en los efectos que produce la pospolítica, no en la heterogénesis de sus fines. Por ejemplo, veamos la situación crítica en este proceso electoral de Guerrero y la captura política de ese estado por parte de Félix Salgado Macedonio y su hija, o el rol de Ricardo Monreal y su hija en la Ciudad de México, con su posición privilegiada para disputarse la joya de la corona como es la Alcaldía Cuauhtémoc.

Las candidatas y los candidatos están convencidos de que el lodazal es aséptico y la desmemoria es veloz. En la actualidad, ya no importa lo que se dijo ayer o antier, mucho menos lo que sucedió hace un año o más allá. Hoy basta caminar con la mirada hacia el horizonte para conjugar todas las promesas y desafiar todas las catástrofes que son nuestro pan cotidiano. La pospolítica significa que un día es suficiente para mantener en pie el tiempo de la política, ya que en él se confina de manera circular el objetivo del acto político. Es su principio y fin. Para quienes compiten por uno de los más de veinte mil puestos que se juegan en esta elección, cada día es fundacional, cada declaración es triunfo, cada viralización es casi rozar el cielo. Esta situación consolida el primado de la irrelevancia. Pensemos en los dos principales candidatos de Movimiento Ciudadano: Salomón Chertorivski o Jorge Álvarez Máynez.

Por su parte, la cancelación del pasado es una de las características principales de la pospolítica. El problema es que siempre quedan huellas, nadie puede huir de ellas. Esto es más relevante para las figuras políticas. La práctica de vivir al día era y es la condena del pobre, pero hoy es el privilegio del político. Actúa como si sus pasos no marcaran los crímenes y la sangre que van dejando por aquí y por allá. De aquí que sea entendible el resentimiento como motor de la política mexicana. Hacia donde uno voltea, siempre encuentra una mueca de odio o hastío, un grito mudo o una sonrisa impenetrable. Si hay un exceso de resentimiento que se extiende a los sectores sociales más participativos en las redes sociales a favor o en contra de una o de otra candidatura, es porque tiramos la toalla del pensamiento. Mejor el escupitajo a la articulación del lenguaje, mejor la rencilla que la musicalidad del silencio, mejor el reconocimiento faccioso que la divergencia. Decir “no” a esta condición pospolítica es un acto de justicia. Es un “no” a la forma que adopta aquí y ahora, la pospolítica y el espectáculo del capitalismo político de nuestra democracia. Pero quizá sea mucho pedir a quienes buscan un lugar en la política de los próximos años.